Casualidad.

A veces me gusta recordarte aunque sea tortuoso, más si el desvelo se hace inminente. Ayer así lo quise, ayer así te busque aunque me doliera el alma y se me trizara la voz. Bonita aquí estoy después de años de mi partida.

No haz cambiado nada, y si lo estás es por mera razón. Tus ojos igual de castaños, tus caderas igual de marcadas y tu piel blanca igual que nuestras fotografías. Quien diría que nos volveríamos a ver. No quiero decir palabras de más, no quiero interrumpir tu vida, sólo quería estar. Vivir ahí un instante de voces, que ellas me digan lo hermosa que estas y lo bien que luce esa cadena de corazón entrando a tu escote. No diré nada, ven aquí y mirarme como de costumbre, has que tus pupilas me digan que fui el infeliz que te saco los cristales del alma, la ternura del corazón e hizo de ti la misma tinta de tus letras.  Con eso duermo conforme.

Esto ya es cliché, ya aburrió mi historia, a nadie ya le importa escuchar nuestras risas y nuestros finales sinuosos. En fin, da igual, hoy te vi bonita, hoy te vi feliz escasa de penas y dolores. Hoy sonreíste porque si y no por mis lamentos, hoy estabas hermosa y radiante, hoy estabas ahí, abrazándolo a él sin siquiera mirarme, sin siquiera acordarte de mi, y eso me hace feliz, porque esa risa no te la quita nadie, esas mejillas carmín nunca se rebozaron tanto y nadie te había sujetando con tanta fuerza como él.

Mis cartas ya no importan, ya nadie las va a leer, sólo quiero que seas feliz tanto como lo fuiste conmigo, sólo quiero que escribas al igual que esas noches de alcohol que nos quitaban la sangre. Sólo quiero que vivas riendo y bailando como todas esas veces en las que vi tus piernas danzar hasta el más mínimo sonido, sólo quiero que cantes igual a las veces en que dejaba fluir la guitarra. Sólo quiero que ames, al igual de cómo yo te ame a ti. Que olvides que te dañe sin remedio y que sonrías como lo haces ahora, bonita, radiante y llena de fe. ¿Sabes por que?, porque nosotros nunca nos diremos adiós.